miércoles, 29 de junio de 2011

Historia de un diamante

Chicos, hubo un tiempo en el que vuestro tío De los Rivers dejó de lado la delincuencia juvenil y no paraba de hacer buenas acciones. Estaréis pensando que no es posible, que es una errata o que este texto es consecuencia de la maria, pero nada más lejos de esa realidad.

Caminábamos exhaustos por las calurosas calles de Sanlucar a pleno sol, en pleno agosto del verano pasado. Con el único objetivo de refugiarnos en la tienda La Comarca a disfrutar con el aire acondicionado y echarnos unas partidas a Magic. Fue entonces, cuando mi agudo oído escuchó el piar de un pequeño pajarito, giré la cabeza hacia mi derecha, le vi a él, al De los Rivers, agachado, y pensé “¿qué carajo está haciendo?, le habrá dado un golpe de calor”. Se giró y me enseñó su mano, en ella había un pequeño diamante mandarín, el pobre no podía volar. En ese momento lo comprendí todo, me bastó con verle su sonrisa, estaba claro, Rivers había recuperado su inocencia, era como un niño chico.


Rivers sólo quería lo mejor para ese pajarito, le proporcionamos alimento y lo llevamos con nosotros para no dejarlo abandonado a su suerte. Seguimos hacia nuestro destino y de camino, vimos una casa con un pequeño patio de cuyas paredes colgaban numerosas jaulas con decenas de pajaritos, entre ellos más diamantes mandarines. Estaba claro, era el mejor lugar para nuestro pequeño amigo.

Era un patio inferior, al que para acceder había que bajar 18 mal contados escalones, y al final del mismo un anciano, con un sombrero de paja, descansaba en una silla.

-¡Señor, disculpe! (El señor no se movió ni un ápice)

-¡Señor, perdone, que nos hemos encontrado un diamante! (El señor elevo la cabeza)

-¿Es suyo? (El señor se levantó)

+A verlo (Aquel basto anciano estaba dispuesto a subir las escaleras)

A medio camino, el anciano volvió a pronunciarse:

+Po mi jeñoraaa no ha zacao er sarzillo ta mañana

Rivers y yo nos miramos, aquel anciano creía que con "diamante" nos referíamos al mineral, y no al ave. Al descubrir aquella atroz realidad, el anciano, furioso por haber subido la escalera, y no ser rico, en tono despectivo nos manifestó su descontento. Por suerte, en ese momento, de su casa salía un tal Miguel, a quien el anciano llamó, cogió al mandarín, lo examinó superficialmente, y le dio un hogar. Aquella noche Rivers durmió a pierna suelta.

1 comentario:

  1. Jajaja, jejeje, jijiji, pero ¿quién es esa dulce y bella niña de la fotografía?

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