viernes, 14 de marzo de 2014

El árbol de Rivers, I: José Amador de los Ríos






 
Hablaba en mi anterior entrada, queridos niños, de “liarla bien gorda”, y  ya sé que muchos tomáis al Rivers por un “liante profesional”. Pensaréis, entonces, que “el árbol de Rivers” es la planta del cánnabis, pero no nos referimos a liar esa clase de productos. Con “el árbol de Rivers”, pillines, queremos decir su árbol genealógico.  ¿De qué casta le viene al galgo? ¿Cómo fueron los antepasados rivereños? 

 Para quien no lo sepa, “de los Rivers” es la marcianización de “de los Ríos”, apellido no demasiado frecuente, aunque bello, y con frecuencia ligado a gloriosas estirpes. Como no sabía por dónde empezar, si por el propio Rivers, por el uacarí que dio origen al linaje o por uno de sus eslabones, decidí coger el  Rivers que tenía más cerca: José Amador de los Ríos, ilustre polígrafo del siglo XIX. Paso por su calle todos los días, camino de la facultad, aunque para ello tengo que tardar cinco minutos más de lo debido, y con no poca frecuencia finjo que se me cae una moneda y de paso acaricio el suelo. 

José Amador, sevillano de adopción, destacó sobre todo en el campo de la historia. Se dedicó a la arqueología, entró en la Real Academia de la Historia y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y escribió una historia de la literatura española muy consultada en su tiempo. Si su descendiente Juan Pepe importará hachís desde tierras morunas, José Amador, que también mantenía un estrecho contacto con esa cultura, acuñó el término “arte mudéjar” para referirse al arte hispanomusulmán. Fue  diputado a Cortes por Almería por parte de la Unión Liberal, y ocupó durante sus vida los cargos de director del Museo Arqueológico Nacional, Inspector Nacional de Instrucción Pública, Censor de Teatros y decano de la Universidad Central.  Hizo de diplomático, dibujante, especialista en temas madrileños, sevillanos, toledanos… Vamos, un fiera. Pero nadie es perfecto: Wikipedia, en su sacrosanta objetividad, lo califica de “poeta más bien mediocre”, lo cual, de tener una base genética el don de letras, explicaría ciertos eventos de tuenti un par de siglos posteriores.

Y es que, mirándolo bien, ya ostenta todos los rasgos que harán de Rivers una imagen de marca: calva bien encerada y barbazas crecientes, oséase, lo que aparentemente tienden a hacer con sus pintas todos los Rivers cuando van madurando.

Que ya era hora.
                                                             

martes, 4 de marzo de 2014

¿Qué fue del primo Óscar?



Como hace años que no veo a Rivers, y como no tengo por tanto nada que añadir, voy a dedicarme a contar mi vida como si de un vulgar muro de facebook o un fotolog se tratara. Ni este blog ni mi cerebro dan para mucho más.

Bueno, ¿por dónde empezamos, mis niños? Hace mucho que no veíais al primo Óscar, ¿no es cierto?  Eh, sí, yo también os quiero. Oh, qué cariñosos sois… Ah, qué niños más buenos. ¡Uh, cuidado con el frenillo!

Os preguntaréis qué locuras hizo vuestro querido Óscar en todo este tiempo. Pues nada, yo os las cuento, total, mejor dar una “versión oficial” que veros cotilleándolo por otras redes sociales.

Este blog riverino, salvo por alguna entradilla ocasional, fue abandonado a su suerte hace ya años. En ese entonces, por si no lo recordáis, yo vivía en la calle Juan Antonio Cavestany, en Sevilla, donde se encontraba lo que algunos colgados locales denominaban “Madre”. “Madre” era un piso personificado abundante en letreros, fábulas y pelos de gato. Cada una de sus habitaciones era una parte de “su” cuerpo (la cocina el estómago, el salón el útero, el florido huerto la peluda entrepierna…) y cada uno de sus habitantes cumplía un rol único e inimitable. Ese año, salpimentado de peleas de gallos, sesiones de cine 24 horas y rutinarios eventos gastronómicos cortesía de madres e hijos, fue el testamento artístico de la asociación cuadrangular antaño conocida como Lambda, posteriormente como “los chicos del Cadalso” o “los correligionarios del Cadalso”.

Todos los que conocieron a Madre concuerdan en que fue el piso de estudiantes más fabuloso que han pisado. Una verdadera maravilla, un derroche de fantasía. Tras la eterna espera de rigor, el ayuntamiento sevillano decidió conmemorar esa entidad excepcional que había tenido lugar en sus dominios, bajo el nombre de aquel a quien consideraban su cabeza visible.

Así pues, nos dedicaron una calle que da directamente al viejo piso. Con su peculiar grafía andaluza, la nombraron “Luis Cadarso” (aunque algunos ven en ello una mofa a las faltas ortográficas que eran nuestro pan de cada día).


(1)

Es una callecita señorial, burguesa. Sus paredes contienen pintadas, declaraciones de amor y amenazas semejantes a minirrelatos, los cuales, por mor de la pereza adolescente, eran nuestra mayor (y casi única) especialidad.

Yo podía haberme quedado en esa calle tranquila, pintoresca y peatonal el resto de mi vida. Podía haber saciado mis inquietudes literarias mediante una diarrea diaria de minicuentos en un blog, podía haber calmado mi sed de Nobel leyendo los elogiosos comments de mi papá o mis compis. Podía haberme convertido, en suma, en lo que los jóvenes de hoy entienden por un “artista”: un ególatra competitivo que dedica una pequeña porción de su escaso tiempo libre a confeccionar lo más rápido posible pedacitos de historias que le sirven para mirar con suficiencia a aquellos pobrecillos que eligieron como hobby el aeromodelismo y para alimentar, gracias a los diversos “medios de expresión” que facilita internet, la falsa ilusión de que no hacen falta cojones para ser quien se quiere ser.

Pero yo siempre busqué algo más. Quería algo que se plasmara en la vida real, algo que me llevara lejos, que me hiciera salir del opresivo ámbito doméstico en que estaba enfrascado mi quehacer literario. Justo entonces oí hablar de cierto blog que, al parecer, estaba haciendo furor: algo relacionado con un tal de Los Rivers. Algo así como un movimiento popular de idolatría hacia una entidad de comportamiento censurable que canalizaba el nihilismo creciente de las juventudes. Algo en lo que creer en estos tiempos descreídos, un tipo calvo como una bombilla que iluminara esta oscuridad en la que vivimos. Se rumoreaba que pronto se iba a volver una revista, que prometía merchandising, página web, camisetas por paypal, anuncios en google... No conocía a ese tal Rivers, pero, invitado por sus creadores a sumarme a la causa, recabé sin cesar toda la información que pude sobre dicho señor. Incluso lo vi en un par de ocasiones (y lo olí en algunas más).

Comencé a escribir desmesurados artículos sobre el ciertamente estrambótico personajillo, con una mezcla de mala memoria y mala leche que hizo estragos en las bragas del público. Tan sumido estaba en estos nuevos horizontes que se me abrían como colegialas en celo, que fui olvidando poco a poco el grupo originario al que pertenecía, el cual se estaba hundiendo en una irremediable decadencia. Ellos lo habían dado todo por mí, me habían servido de plataforma para labrarme un nombre en el mundillo bloggero jerezano…

Sí, amigos, como sentenciara el analista José Luis Gómez Melara,

“En efecto, compañeros de departamento, desde un punto de vista estrictamente antropológico se puede observar que Rivers fue al Cadalso lo que Yoko Ono a los Beatles”.

Yo me había perdido en las curvas sensuales de esa calva, y mis antiguos compañeros me parecían planos. Una vez  se hubo acabado el curso que pasamos en “Madre”, la decisión se volvió más urgente. ¿Qué hacer? Mi admiración hacia Rivers rozaba ya el fanatismo. ¿Debía adscribirme a la adoración de mi nuevo Dios, o volver con mi antigua familia? ¿Debía escoger el éxito, la gloria, la satisfacción espiritual, o retornar a la frustración de un grupo “creativo” en claras vías de extinción? ¿Amar al Ríos, o a Luis y el Cadalso? Os aseguro, niños, que tales dudas, que parecen poco serias así a bote pronto, realmente tuvieron lugar, y un lugar muy específico:

 (2)

No podría contar las horas que pasé debatiéndome en cuerpo y alma frente a esa encrucijada, en un café que sirve el mejor agua del grifo de Sevilla. 

Yo sabía ¡sí! sabía que Rivers me daría la llave de la fama, el renombre internacional, y, lo más importante de todo, la admiración de los frikazos del Último Hogar. No en vano el sendero del “Amador de los Ríos” se dirige a la estación de trenes de Santa Justa. Madrid, Londres, Nueva York… Todo estaba a un tiro de piedra. Pero no me atreví a dar el paso. Huí, huí como un cobarde. Dejé el blog de los Rivers, dejé el Cadalso, lo dejé todo y me fui muy lejos. El curso siguiente lo pasaría… en los cerros de Úbeda.

Un año en París. En mi exilio francés, si bien mi producción rivereña fue escasa, puedo jurar ante la Biblia que no me olvidé del Rivers ni un segundo. Al año siguiente tuve que volver a España, pero había aprendido una gran lección. Mi experiencia Erasmus fue una experiencia mística, semejante a la que tuvo el Buda cuando salió de las murallas de su palacio. Me sirvió para descubrir la piedad por todos los seres sensibles, y volví siendo otro, más sabio y, al mismo tiempo, más humilde. Acepté el sufrimiento del mundo, la existencia del dolor, la enfermedad y la muerte, cuando tomé conciencia de la tortura que padecen algunos animalillos aparentemente sin importancia. A partir de ahí, comprendí el sufrimiento inacabable de todos los seres, fueran o no de mi especie, y decidí practicar una ética basada en la compasión…


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Y, al abrirme de esta manera a las desgracias del mundo, recordé a mi “Madre”. Volví corriendo, renovado, dispuesto a retomar lo que había dejado a medias. La encontré en un estado lamentable: desatendida por sus otros hijos, incapaz de valerse por sí misma, arrastrando una montaña de mierda en su pañal. Casi no me recordaba y había envejecido muchísimo, tanto que a partir de entonces la llamé Abuela. Con lágrimas en los ojos, decidí fundar una hermandad para venerarla y cuidar de ella mientras viviera. En Sevilla es el procedimiento habitual. Mi hermano montó la suya propia, adorándola bajo un nombre levemente distinto, porque estaban ese día en 2X1. Junto al bar “Entre dos hermandades” habitaron los dos hermanos, dedicados a la labor que les ha sido encomendada. No pienso ofrecer más datos sobre la localización, no porque sospeche de Obama, eso no me preocupa (go spy your wife, nigger!), sino porque creo que Rivers puede estar leyendo esto desde algún sórdido locutorio, gastando los últimos euros que ha conseguido por vías poco lícitas mientras se sorbe densos mocarrones y aún más densas lágrimas de nostalgia...

A él también lo he echado en falta.

Próximamente en sus pantallas, la historia de la calle “Amador de los Ríos”.