Hablaba en mi anterior entrada, queridos niños, de “liarla bien
gorda”, y ya sé que muchos tomáis al
Rivers por un “liante profesional”. Pensaréis, entonces, que “el árbol de
Rivers” es la planta del cánnabis, pero no nos referimos a liar esa clase de
productos. Con “el árbol de Rivers”, pillines, queremos decir su árbol
genealógico. ¿De qué casta le viene al galgo? ¿Cómo fueron los antepasados rivereños?
Para quien no lo
sepa, “de los Rivers” es la marcianización de “de los Ríos”, apellido no
demasiado frecuente, aunque bello, y con frecuencia ligado a gloriosas
estirpes. Como no sabía por dónde empezar, si por el propio Rivers, por el
uacarí que dio origen al linaje o por uno de sus eslabones, decidí coger
el Rivers que tenía más cerca: José
Amador de los Ríos, ilustre polígrafo del siglo XIX. Paso por su calle todos
los días, camino de la facultad, aunque para ello tengo que tardar cinco
minutos más de lo debido, y con no poca frecuencia finjo que se me cae una
moneda y de paso acaricio el suelo.
José Amador, sevillano de adopción, destacó sobre todo en el
campo de la historia. Se dedicó a la arqueología, entró en la Real Academia de
la Historia y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y escribió una
historia de la literatura española muy consultada en su tiempo. Si su
descendiente Juan Pepe importará hachís desde tierras morunas, José Amador, que también
mantenía un estrecho contacto con esa cultura, acuñó el término “arte mudéjar”
para referirse al arte hispanomusulmán. Fue
diputado a Cortes por Almería por parte de la Unión Liberal, y ocupó
durante sus vida los cargos de director del Museo Arqueológico Nacional,
Inspector Nacional de Instrucción Pública, Censor de Teatros y decano de la
Universidad Central. Hizo de
diplomático, dibujante, especialista en temas madrileños, sevillanos,
toledanos… Vamos, un fiera. Pero nadie es perfecto: Wikipedia, en su sacrosanta
objetividad, lo califica de “poeta más bien mediocre”, lo cual, de tener una
base genética el don de letras, explicaría ciertos eventos de tuenti un
par de siglos posteriores.
Y es que, mirándolo bien, ya ostenta todos los rasgos que
harán de Rivers una imagen de marca: calva bien encerada y barbazas crecientes,
oséase, lo que aparentemente tienden a hacer con sus pintas todos los Rivers
cuando van madurando.
Que ya era hora.
Que ya era hora.
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