Como hace años que no veo a Rivers, y como no tengo por
tanto nada que añadir, voy a dedicarme a contar mi vida como si de un vulgar
muro de facebook o un fotolog se tratara. Ni este blog ni mi cerebro dan para mucho
más.
Bueno, ¿por dónde empezamos, mis niños? Hace mucho que no
veíais al primo Óscar, ¿no es cierto? Eh,
sí, yo también os quiero. Oh, qué cariñosos sois… Ah, qué niños más buenos. ¡Uh,
cuidado con el frenillo!
Os preguntaréis qué locuras hizo vuestro querido Óscar en
todo este tiempo. Pues nada, yo os las cuento, total, mejor dar una “versión
oficial” que veros cotilleándolo por otras redes sociales.
Este blog riverino, salvo por alguna entradilla ocasional,
fue abandonado a su suerte hace ya años. En ese entonces, por si no lo
recordáis, yo vivía en la calle Juan Antonio Cavestany, en Sevilla, donde se
encontraba lo que algunos colgados locales denominaban “Madre”. “Madre” era un
piso personificado abundante en letreros, fábulas y pelos de gato. Cada una de
sus habitaciones era una parte de “su” cuerpo (la cocina el estómago, el salón
el útero, el florido huerto la peluda entrepierna…) y cada uno de sus
habitantes cumplía un rol único e inimitable. Ese año, salpimentado de peleas
de gallos, sesiones de cine 24 horas y rutinarios eventos gastronómicos
cortesía de madres e hijos, fue el testamento artístico de la asociación
cuadrangular antaño conocida como Lambda, posteriormente como “los chicos del
Cadalso” o “los correligionarios del Cadalso”.
Todos los que conocieron a Madre concuerdan en que fue el
piso de estudiantes más fabuloso que han pisado. Una verdadera maravilla, un
derroche de fantasía. Tras la eterna espera de rigor, el ayuntamiento sevillano
decidió conmemorar esa entidad excepcional que había tenido lugar en sus
dominios, bajo el nombre de aquel a quien consideraban su cabeza visible.
Así pues, nos dedicaron una calle que da directamente al
viejo piso. Con su peculiar grafía andaluza, la nombraron “Luis Cadarso”
(aunque algunos ven en ello una mofa a las faltas ortográficas que eran nuestro
pan de cada día).
(1)
Es una callecita señorial, burguesa. Sus paredes contienen pintadas, declaraciones de amor y amenazas semejantes a minirrelatos, los cuales, por mor de la pereza adolescente, eran
nuestra mayor (y casi única) especialidad.
Yo podía haberme quedado en esa calle tranquila, pintoresca
y peatonal el resto de mi vida. Podía haber saciado mis inquietudes literarias
mediante una diarrea diaria de minicuentos en un blog, podía haber calmado mi
sed de Nobel leyendo los elogiosos comments
de mi papá o mis compis. Podía haberme convertido, en suma, en lo que los
jóvenes de hoy entienden por un “artista”: un ególatra competitivo que dedica
una pequeña porción de su escaso tiempo libre a confeccionar lo más rápido
posible pedacitos de historias que le sirven para mirar con suficiencia a
aquellos pobrecillos que eligieron como hobby el aeromodelismo y para
alimentar, gracias a los diversos “medios de expresión” que facilita internet,
la falsa ilusión de que no hacen falta cojones para ser quien se quiere ser.
Pero yo siempre busqué algo más. Quería algo que se plasmara
en la vida real, algo que me llevara lejos, que me hiciera salir del opresivo
ámbito doméstico en que estaba enfrascado mi quehacer literario. Justo entonces
oí hablar de cierto blog que, al parecer, estaba haciendo furor: algo
relacionado con un tal de Los Rivers. Algo así como un movimiento popular de
idolatría hacia una entidad de comportamiento censurable que canalizaba el
nihilismo creciente de las juventudes. Algo en lo que creer en estos tiempos
descreídos, un tipo calvo como una bombilla que iluminara esta oscuridad en la
que vivimos. Se rumoreaba que pronto se iba a volver una revista, que prometía
merchandising, página web, camisetas por paypal, anuncios en google... No
conocía a ese tal Rivers, pero, invitado por sus creadores a sumarme a la
causa, recabé sin cesar toda la información que pude sobre dicho señor. Incluso
lo vi en un par de ocasiones (y lo olí en algunas más).
Comencé a escribir desmesurados artículos sobre el
ciertamente estrambótico personajillo, con una mezcla de mala memoria y mala
leche que hizo estragos en las bragas del público. Tan sumido estaba en estos
nuevos horizontes que se me abrían como colegialas en celo, que fui olvidando
poco a poco el grupo originario al que pertenecía, el cual se estaba hundiendo
en una irremediable decadencia. Ellos lo habían dado todo por mí, me habían
servido de plataforma para labrarme un nombre en el mundillo bloggero jerezano…
Sí, amigos, como sentenciara el analista José Luis
Gómez Melara,
“En efecto, compañeros
de departamento, desde un punto de vista estrictamente antropológico se puede
observar que Rivers fue al Cadalso lo que Yoko Ono a los Beatles”.
Yo me había perdido en las curvas sensuales de esa calva, y
mis antiguos compañeros me parecían planos. Una vez se hubo acabado el curso que pasamos en
“Madre”, la decisión se volvió más urgente. ¿Qué hacer? Mi admiración hacia
Rivers rozaba ya el fanatismo. ¿Debía adscribirme a la adoración de mi nuevo
Dios, o volver con mi antigua familia? ¿Debía escoger el éxito, la gloria, la
satisfacción espiritual, o retornar a la frustración de un grupo “creativo” en
claras vías de extinción? ¿Amar al Ríos, o a Luis y el Cadalso? Os aseguro,
niños, que tales dudas, que parecen poco serias así a bote pronto, realmente
tuvieron lugar, y un lugar muy específico:
(2)
No podría contar las horas que pasé debatiéndome en cuerpo y
alma frente a esa encrucijada, en un café que sirve el mejor agua del grifo de
Sevilla.
Yo sabía ¡sí! sabía que Rivers me daría la llave de la fama,
el renombre internacional, y, lo más importante de todo, la admiración de los
frikazos del Último Hogar. No en vano el sendero del “Amador de los Ríos” se
dirige a la estación de trenes de Santa Justa. Madrid, Londres, Nueva York…
Todo estaba a un tiro de piedra. Pero no me atreví a dar el paso. Huí, huí como
un cobarde. Dejé el blog de los Rivers, dejé el Cadalso, lo dejé todo y me fui
muy lejos. El curso siguiente lo pasaría… en los cerros de Úbeda.
Un año en París. En mi exilio francés, si bien mi producción
rivereña fue escasa, puedo jurar ante la Biblia que no me olvidé del Rivers ni
un segundo. Al año siguiente tuve que volver a España, pero había aprendido una
gran lección. Mi experiencia Erasmus fue una experiencia mística, semejante a
la que tuvo el Buda cuando salió de las murallas de su palacio. Me sirvió para
descubrir la piedad por todos los seres sensibles, y volví siendo otro, más
sabio y, al mismo tiempo, más humilde. Acepté el sufrimiento del mundo, la
existencia del dolor, la enfermedad y la muerte, cuando tomé conciencia de la
tortura que padecen algunos animalillos aparentemente sin importancia. A partir
de ahí, comprendí el sufrimiento inacabable de todos los seres, fueran o no de
mi especie, y decidí practicar una ética basada en la compasión…
(3)
Y, al abrirme de esta manera a las desgracias del mundo,
recordé a mi “Madre”. Volví corriendo, renovado, dispuesto a retomar lo que
había dejado a medias. La encontré en un estado lamentable: desatendida por sus
otros hijos, incapaz de valerse por sí misma, arrastrando una montaña de mierda
en su pañal. Casi no me recordaba y había envejecido muchísimo, tanto que a
partir de entonces la llamé Abuela. Con lágrimas en los ojos, decidí fundar una
hermandad para venerarla y cuidar de ella mientras viviera. En Sevilla es el
procedimiento habitual. Mi hermano montó la suya propia, adorándola bajo un
nombre levemente distinto, porque estaban ese día en 2X1. Junto al bar “Entre
dos hermandades” habitaron los dos hermanos, dedicados a la labor que les ha
sido encomendada. No pienso ofrecer más datos sobre la localización, no
porque sospeche de Obama, eso no me preocupa (go spy your wife, nigger!), sino porque creo que Rivers puede estar
leyendo esto desde algún sórdido locutorio, gastando los últimos euros que ha
conseguido por vías poco lícitas mientras se sorbe densos mocarrones y aún más
densas lágrimas de nostalgia...
A él también lo he echado en falta.
Próximamente en sus pantallas, la historia de la calle
“Amador de los Ríos”.